Año 2002. El Panteón, París, Francia.
Perseverante compulsión de ojos abiertos.
Apremio del entorno. Existencias fortuitas.
Imposición de pequeñas figuras movedizas.
Rayos cruzados llenan el lienzo del acaecer.
Cada acto circundante deja su estela de luz.
Contemplar el tejido vital, siempre expansivo.
Módulos de tiempo apilables. Perecederos.
Grageas colmadas por alternativas dudosas.
Interpretar ese campo infinito y relumbrante.
Discernir ese nimio desvío del riguroso desfile.
Descargar un único tiro. Derroche de fe y munición.
Y luego al amanecer, responsabilidad repetida.
Quema en nuestras manos otro eterno instante
para rifar al amor o invertir en la ruleta.