Año 1998. Macará, Ecuador.
Horas y horas. Pueblos sin nombre. Río desmadrados.
Ese año El Niño azotó la costa del pacífico.
Viajábamos hacia el norte, desde Perú a Ecuador.
Avance lento, ritmo de peregrino. Unos kilómetros, pocos, y parar.
Detenerse porque el puente ya no está o el asfalto naufragó.
Pagar un peaje por uso de soga para no ser presa de la corriente.
Peripecias de cargas alucinantes entre espléndidos e intransitables barriales.
El azar de una cama, la bendición de una ducha. El pollo frito como máximo
trofeo.
Tumultos en cada estación. Rumores sobre caminos abiertos o próximos a
clausurarse.
Todo el pasaje a la vera del camino en plena discusión: 2ª ó 3ª marcha para
tomar esa curva.
Mientras, el Mercedes ’72, ruge sin acertar a mantenerse dentro de la huella.
Por fin, la frontera. Crucigrama resuelto.
Ecuador nos recibe con amable parsimonia y
promesa de descanso.
Por el anhelo de esta patria grande de América del Sur,cada vez que en este blog las fotos son de esos territorios siento que las imágenes tienen una intensidad y una verdad que me conmueve. Liliana
ResponderEliminarMostrando el recorrido se comparte la evidencia de una unidad disgregada.
EliminarLas diferencias que pudiera haber no son más que los trozos de un espejo quebrado reflejando cada cual una parte de la imagen de ese objeto único y total, troncal y latinoamericano.