martes, 29 de mayo de 2012

Biel, Suiza




Año 1995. Biel, Suiza.

Actitud hacia lo inamovible. Pulcro perfil. Nervio regulado.
Peso y contrapeso en las formas. Música de cámara escapando por las rendijas.
Heladeras timbradas en la vereda, con pasaporte de reciclado.
Cabinas telefónicas de luz violeta, a prueba de adictos.
Muchas opciones, todas en su manual (guay de ti si no hallas la tuya listada).
Y allí, en esa Suiza, nuestros días se regodeaban de cortejo.
Transcurrían entre leves roces y perspicaces miradas.
Se vestían en la voluptuosidad del despertar al otro.
Vivíamos el entorno como quimera de ensueño.
Qué más da si el arroyo fue planeado, si la mascota es de catálogo o si los árboles crecen a reglamento. 
Qué más da si el reflejo es riguroso, la brisa obligatoria o si los molinos tienen motor.
Qué más da nada, si te tengo a mi lado y me permites aferrarme a ti.

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