Año 2001. El Tarter, Andorra.
Dos kilómetros diarios de ruta nevada. Otros dos de vuelta.
Ir y venir a oscuras, siempre atento a la pala que limpia el camino.
Entrar a las seis para el desayuno, terminar pasadas las once con la
cena.
Espiral difuso de días, cuentas de un collar que se pierde en la
lejanía.
El deber mortuorio de sentirse afortunado porque
allá lejos, en casa, todo se quema.
Parar de hacer camas para observar el silencio de la nevada, esperar al franco mensual para ir a la montaña y mientras en casa todo se quemaba, parecía el fin. Ahí todo era prosperidad, la Europa del euro! pero se sentía lo volátil, se vivía la impostura. Volver a las cenizas después de habernos ido fue algo bueno.
ResponderEliminarohhhhh.....mache
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