Año 2011. Ostende, Buenos Aires, Argentina.
Playa desierta en la última tenue luz de la tarde.
Acostados sobre un médano de arena aún tibia, esperamos la noche.
La brisa llega fresca. Sólo nos abrigan nuestros hombros y muslos.
Por sorpresa, el rumor de las olas se quiebra ante el rugir de un
motor.
Un haz de luz penetra la penumbra, por un segundo un fogonazo nos
ilumina.
Surco de neumáticos. Estela de reflectores.
Pasa el estruendo. Somos sombra otra vez.
Retomamos la invisibilidad clandestina de nuestro trato con el mar.
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