martes, 10 de julio de 2012

Caraz, Perú



Año 1998. Caraz, Perú.

Bulla de gente pululante. Griterío de niños. Calor.
Entramos al bar, con paso y maneras cautas.
Miramos en derredor, entre el color y el sonido.
Se nota la curiosidad de los parroquianos.
Unos nos miran de reojo, otros en directo.
Luego se miran entre sí, inmutables. Insondables.
Debería ser incómodo, intimidante. Pero no.
El entorno resulta demasiado festivo para temer.
La grey destila vitalidad, chispa muda de dejo alegre.
No hay recelo, no hay sospecha, no hay alarma.
Saboreamos entonces la impunidad de no ser nadie.
El regusto de ser quien se quiera, de inventarse.
Podríamos acodarnos torvos contra la barra.
Podríamos salir mansos y desvanecernos.
Podríamos contrastarnos, podríamos mimetizarnos.
Fresca consciencia de una verdad silenciada,
la baraja viaja siempre con uno y nunca es tarde para repartir. 

1 comentario:

  1. Inventarnos y dar de nuevo, siempre empezando un nuevo juego.
    El entorno un inolvidable recuerdo.
    Besos.
    Sol

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