Año 1995. Santorini, Grecia.
Desde el ferry, cimas nevadas en medio de la aridez.
Al acercarse, el blanco transmuta en barrios suspendidos,
casas y casas encaramadas a laderas imposibles,
moradas de resplandor argentino y ventanas de gloria,
terrazas abismales para asomarse al mar del tiempo.
Arribamos custodiados por un cielo de azul ortodoxo y
un sol rotundo de los que no admiten segundas opiniones.
Encontramos una pensión de ensueño, rodeada de horizonte.
La isla parecía abandonada, solitarias cúpulas celestes
en calles con aroma a sal, custodiaban playas de lúgubre arena.
Deambulamos solos por escaleras y pasajes de cornisa.
A cada paso, un hechizo de efluvio mediterráneo nos invadía,
íbamos internándonos dentro de un mutante calidoscopio en ralentí.
Invisibles cenizas, restos sin cuerpo de barcas, marinos y doncellas
se arremolinaban a nuestro alrededor, danzaban en trance,
empujándonos, hasta que al fin caímos al otro lado de la postal.
El Egeo no puede ser otra cosa que algo mítico. Todo en ese mar se condensa.
ResponderEliminarFabulosas fotos, apolíneo relato!!!!
Sol
Azul,azul, el maravilloso azul de Grecia, que como si fuese poco sus habitantes también ponen en sus casas.Liliana
ResponderEliminarLugar y fotos de ensueño.
ResponderEliminarLo mejor es la propuesta de caer del otro lado de la postal.
Aqui vivire algun dia, algun tiempo....
ResponderEliminarDel otro lado de la postal espero!!
Siempre hay una postal esperando detrás del espejo.
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